En su mente reflexiva repasa cómo ha pasado el tiempo, algo que la inquieta cuando se mira al espejo. Alguna vez le dijeron que era menuda, pero ella se considera de tamaño promedio. ¿Promedio para quién? Se viste de negro absoluto con elegancia, sus accesorios protagonizan sin saturar. Se para recta, como si la estuvieran corrigiendo, manteniendo los hombros perfectamente alineados, tal como le enseñaron en sus clases de ballet cuando era niña. Recuerda cómo su profesora corregía una por una la postura con un rígido palo colocado en sus pequeñas espaldas, porque “una joroba no se ve bien”, eso nunca se le olvida.

Observa que la redondez de su rostro ha ido despareciendo para encontrarse con un quijada angular, “cerca de los cincuenta empieza a perder la grasa del rostro” dice su doctora, “si pues, ha cambiado” piensa ella.

Mira sus labios con cierta frustración, éstos siempre fueron delgados y rosados, ni siquiera los trucos fáciles de maquillaje han podido hacerlos más gruesos. “¿A quién quiero engañar?” se pregunta.  La comisura de sus labios no delinean una sonrisa, pero no es falta de alegría, sino que debe evitar marcar aún más las líneas de sus mejillas, que están cada vez más profundas.

La piel de su rostro está cuidada, y algo en su mirada le llama la atención: su lunar de nacimiento justo debajo del ojo izquierdo sigue ahí, intacto, como parte de ese matiz amarronado de sus cejas, pestañas y pupilas. Eso le hace recordar que de pequeña sus ojos eran redondos y vivaces; ahora observan más tranquilos, aunque curiosos como siempre, tras unos párpados encapotados y con un semblante cansado debido al estrés, que no puede ocultar. Aún así, se resiste a probar el botox. Sus ojeras y las bolsas debajo de los ojos la delatan por no haber dormido bien en los últimos días.

Lleva sus cejas peinadas al compás de su nuevo corte de pelo, cada vez más pequeño y en desnivel, “me hace ver más joven”, se dice. No le da importancia a las canas y trata de mezclarlas con algunos visos rubios de su tinte; ha entendido que esa pelea está perdida. Desearía usar más maquillaje para darle un aspecto natural, ¡qué contradictorio! Lo natural no siempre es perfecto, ahí radica su belleza. Extraña la facilidad de ser delgada a sus veintes, y aunque sigue intentándolo absurdamente, siente orgullo de tener casi la misma talla de ropa aún cercana a sus cincuenta.

Respira hondo, “¡Basta de tantos desafíos!” decide internamente y con cierta satisfacción, se entrega al paso honesto de los años, aprendiendo diariamente a abrazar la gravedad, pues no puede desconocerla.