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La adolescente sincronizada

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Escritura creativa / Todo es lo que parece

La adolescente sincronizada

Descubrió su pasión a principios de los años noventa. Disfrutaba sumergirse en la piscina del Campo de Marte durante las tardes.  Con apenas catorce años recién cumplidos, era capaz de soportar la falta de calefacción en el agua, incluso durante los fríos meses de junio y julio. Nada era más importante para ella que bailar en el agua, practicando nado sincronizado. Era dedicada, talentosa y competitiva, ganaba campeonatos continuamente, sin descuidar nunca sus estudios para no perderse ninguna práctica.

 

Cada tarde llegaba puntual, siempre acompañada por su madre, quien llevaba termos de cocoa caliente para celebrar cada avance. Su madre se encargaba de peinarla con habilidad, utilizando un poco de colapez para que el agua no arruinara el peinado adornado con lentejuelas de su hija.

 

Finalmente, llegó la esperada competencia internacional, y la adolescente quedó impresionada por un grupo de chicas canadienses. Como era de esperar, congeniaron y descubrió que podría ser parte de su equipo. Llena de ilusión y con el deseo de conquistar el mundo, decidió que haría su vida fuera del Perú.

 

Ese intenso deseo fue compartido con su madre, su fan de tribuna, pero ¡Oh sorpresa! La frase lapidaria: “No puedes, aún eres muy joven para irte del país”.

Esas palabras que habían brotado de los labios de su cómplice, parecían ahogarla en la misma piscina donde tantos logros había tenido. Su futuro atesorado, le reventó en la cara como una burbuja de jabón. “¿Demasiado joven?”, pensó la adolescente, se lo merecía, se lo había ganado, ese triunfo era suyo y sentía se lo arrebataban de las manos. “¿Demasiado joven?, demasiado débil, demasiado temerosa, quizás”, se lamentaba desde la comodidad de su vida limeña que saboteaba sus sueños. Fue entonces que se propuso lograr ser independiente, pronto. 

 

Los años pasaron, ella ya no es más esa adolescente. Ya no baila en el agua ni bebe termos de chocolate caliente. Ya no utiliza colapez para mantener su peinado intacto. Aún no conoce Canadá, de vez en cuando visita el club de San Isidro, para nadar en la piscina. No sabe en qué momento dejó de perseguir su sueño, el mismo que a veces palpita en su interior, preguntándose “¿Y si hubiera…?”. Es una pregunta retórica atrapada entre su mente y su corazón, convertida en un eco constante.

 

Foto : cottonbro studio

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