La jugadora, del Club de Golf
diciembre 28, 2020 2023-07-27 17:26La jugadora, del Club de Golf
Me encontré con su mirada un día en el salón de clases, cautivada por esa sonrisa que capturó mi atención como una alineación de planetas. Vestía una camisa blanca y llevaba una chompa azul alrededor de los hombros que resaltaba su piel tostada, y no pude evitar sentirme atraída. Varias veces se ofreció llevarme a casa, y yo acepté sin dudarlo. Así nos fuimos conociendo, anhelando cada encuentro, enloqueciendo por vernos.
Son varios meses que estamos saliendo a escondidas, disfrutando de almuerzos en una maravillosa terraza con vista al campo de golf. ¡Estos encuentros deberían ser eternos! pienso, pero debo recordar que tengo que llegar antes de las ocho de la noche a casa de mis padres, donde aún vivo, porque mi novio llegará a visitarme, como lo hace casi todos los días durante los seis años que llevamos juntos. Me apuro para recibirlo como si nada hubiera pasado, pero mientras conversamos y actualizamos nuestras vidas sin nada nuevo por contar, mi mente no deja de pensar en él, en nuestros almuerzos, en sus palabras resonando insistentes: “¿Qué haces con él? Quiero que estemos juntos, déjalo! soy feliz contigo y tú conmigo”. A veces, desearía tener una bola de cristal para vislumbrar ese futuro incierto que parece hipnotizante.
Algunas noches, nos fugamos a un bar llamado Sol y Luna, escenario de breves momentos de deseo contenido aderezado con vodka lime y canciones de Maná, siempre con el temor de que mi novio descubra algo. Salgo a buscarlo un día por la tarde, nos quedamos en mi auto frente a su casa. Sin esperarlo, coloca su mano sobre mi mejilla y se acerca decidido, besándome apasionadamente hasta sentir cómo nuestros alientos se fusionan. Su mano se desliza hacia mi cadera, y aunque me siento atrapada en el asiento, tampoco deseo escapar. Su sabor me hipnotiza, pero justo cuando estoy por perderme en él, se aleja y luego de un suspiro dice: “Ya no aguanto más, me tengo que ir, te veo después”.
Nos encontramos de nuevo la semana siguiente, el curso está a punto de terminar, y mi diálogo interno me impulsa:
“Toma una decisión, arriésgate. sigue tu corazón. Fuiste completamente feliz aquel día que te robó un beso”, ¡ Ese bendito beso! Nos despedimos sin novedades.
Pasan un par de horas y él me llama por teléfono, su voz inconfundible inunda mi corazón mientras pregunta: “¿Decidiste? ¿Ya lo dejaste? ¿Cuándo nos vemos?”. No hay espacio para la duda ni el titubeo. “Sí, lo dejé”, le digo. “Es contigo con quien quiero estar. Volvamos a la terraza del campo de golf para almorzar sin prisa y diseñar nuestro futuro color rosa. Si se pone gris, lo resolveremos mientras nos tomamos otro screwdriver”. Colgó, y la emoción me embarga, ¡él viene por mí!